¿Por qué los partidos microfútbol casi siempre terminan en pelea?

Cancha micro cartagena

Hace unos días hablaba con unos amigos sobre las épocas del microfútbol (en Cartagena) y “lógicamente” terminamos hablando más bien sobre todo tipo de peleas, zafarranchos y belicosos personajes. Este evento me llevó directo a una conclusión: el microfútbol es en esencia una combinación factores que ponen a los participantes siempre al borde de una pelea

El Balón

balon-mikasa-microfutbolSi empezamos analizando el balón, es lógico que la cosa no pueda terminar bien. Si ya a uno en caliente se le suben los ánimos y la sangre a la cabeza, imagínese si para rematar está jugando con un balón que parece una piedra y que además quema como un parche caliente al menor contacto con la piel. Obvio, un balonazo “mal puesto” al jugador más boluo del equipo que va perdiendo, no puede terminar sino en un tremendo bochinche.

Cancha “pequeña”

El lógico apretujamiento que se siente en la pequeña cancha durante algunos pasajes de los partidos provoca una serie de contactos recurrentes e inhabituales, intencionales o no, que al acumularse, originan fácilmente una trifulca (y aunque esto es verdad en el fútbol 11 y otros deportes de contacto, en el microfútbol se potencian sus efectos al combinarse con los demás factores que estaremos analizando).

El grajo

Del punto anterior resulta que, dada la cercanía entre sí de los jugadores, algunos se exasperan y pierden los estribos por el olor a grajo tan bravo (“chucha”, para los cachacos) que es inevitablemente perceptible. Empujar al que te está marcando porque esta hediondo no es un acto de agresión, es un reflejo natural, ¡es un derecho!… y de ahí a que se forme no hay mucho.

Las superficies

Que sea asfalto, cemento o hasta madera, caerse, rasparse o tener contacto con el suelo de alguna manera es mucho más irritante que cualquier contacto con la suave grama de un terreno “aceptable” de fútbol 11. La mayoría al levantarse, casi que con sangre en el ojo de la ira, busca con quien descargarse… y si por ahí alguien lanza un comentario que trate de minimizar el impase, como “Dale ¿Ay Qué? ¿Vas a llorar?”, debe atenerse a las consecuencias…

Por otro lado, si se juega en pleno día (sobre todo en Cartagena), es muy factible que el calor y el solazo en la cabeza, sumado al fogaje que expiden las placas de cemento, provoquen un ligero atolondramiento de incluso el jugador más sensato, lo que puede terminar en una agresión por pura inercia… y ahí, ¡bam!, vuelve y se forma…

Las rejas

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Toda cancha de micro que se respete está rodeada de rejas. Aquí hay dos puntos. Uno: sentirse encerrado podría ser interpretado por el subconsciente como que se está en una prisión, predisponiendo al jugador a sacar el hampón que hay en sí (¡cuidado con esta!). Dos: La reja se convierte en una herramienta para desgastar el rival pues es utilizada como destino para empujones que sirven sólo para un disimulo momentáneo del juego agresivo.

El contacto físico como factor clave de éxito

Como en el básquet, en el microfútbol hay mucho contacto y hay posiciones como el pívot, en las que meter el cuerpo es fundamental. El problema empieza cuando algunos, generalmente los gordos, barrigones o jugadores de gruesa contextura, exageran y se aprovechan de sus condiciones para ganar la posición del balón. Y como no hay árbitro, pues los demás, de puros ardidos, intentan hacer justicia por sus medios y volvemos a lo de los contactos inhabituales y recurrentes que mencioné en un punto anterior.

El Barrio

microfutbol cancha

Generalmente una cancha de micro es una cancha de barrio, lo que significa que los partidos atraen las miradas de transeúntes, comúnmente viciosos y vagos, quienes aprovechan para burlarse y montársela a los que les dé la gana. Cualquier comentario que contenga un poco de veneno para con alguno que ande “volado” es suficiente para que se arme la de Troya.

Además, siendo que se juegan partidos entre las mini-roscas, grupos y sub-grupos del mismo barrio, hay lugar para aprovechar los factores “cancha pequeña” + “juego de contacto” y cobrarse viejas rencillas: que le quitó la novia, que le rayó el carro, que le pegó al hermano, etc… Y si por ahí le suma que vienen oponentes de otros barrios, ¡ni le cuento!

Muchas veces, cuando se trata de torneos “organizados”, los “pesados” del barrio sacan sus equipos para, por intermedio del micro, marcar su territorio. Y aunque el “patrón” rara vez juega, se “baja del bus” con uniformes, “ficha” a los mejores de otros lados o grupos y además ofrece respaldo en caso de líos… Habría que ver quién se le atraviesa para ganarle la final…

Los errores se pagan rápido

Sin importar quien cometa un error, como la cancha es corta, todo balón mal jugado representa un gran riesgo, desde los mismos que juegan arriba hasta el arquero (obviamente). Así pues, las disputas internas entre los miembros de un mismo equipo son mucho más frecuentes e intensas que en el fútbol 11 y pueden terminar fácilmente en una gresca lamentable (doy fe de esta).

Las jugaditas

En el microfútbol el balón se amasa, se pisa y se le trata bien (a excepción del momento de pegarle al arco, donde el uñero es el arma más letal), lo que se presta para hacer jugaditas que tienen como objetivo principal humillar al rival. Alguna vez me dieron un sabio consejo antes del inicio de un cotejo en el Campito de Bocagrande (Cartagena): – ¿Si ves a ese man manga ziza que esta allá?…bueno, a ese no se te ocurra hacerle un “orton” (túnel). De una tal humillación sólo es posible resarcirse con otra jugadita igual o más espectacular que lograría enrarecer aún más el ambiente o con un bojazo en la espalda!

La tienda de la esquina

Como siempre hay una tienda en una esquina cercana a la cancha, es muy común que en los partidos se apueste la caja de frías o la gaseosa. Este “plus” que se agrega para poner la cosa más interesante es un arma de doble filo. El partido deja de ser un amistoso y ante cualquier exceso en uno de los factores anteriormente analizados se desata el juego violento y una batalla campal es inminente…

Ante todo lo anteriormente expuesto, simplemente me queda decirle a mi amigo Rafael Varela que aquella vez que lo convidé a pelear en la cancha de El Conquistador no fue por nada personal. Ese día muy seguramente se combinaron algunos factores y… ¡zass!, me dieron ganas de pelear…

Ahora, que todo esto no sea motivo para no volver a echar la jugada… persígnese y vaya con Dios!!!